La muerte temprana de una joven no debería transformarse en consignas ni en gestos efímeros. En el caso de Alexandra María Grullón, la familia escogió otra ruta: convertir el dolor en una institución destinada a extender oportunidades. La creación del Fondo Académico y Cultural Alexandra Grullón responde a esa decisión. Más que un acto protocolario, representa la voluntad de traducir el recuerdo en una política de vida que llegue, con rigor y continuidad, a quienes más lo necesitan.
La madre de Alexandra, Melba Segura de Grullón, define el fondo como «un acto de amor»: una fórmula íntima y pública al mismo tiempo. Para ella, el proyecto preserva la esencia de su hija —alegría, sensibilidad y generosidad— y la transforma en una fuerza colectiva. La familia no pretendió erigir una placa; optó por institucionalizar un compromiso con la educación y la cultura que, según expresa Melba, honra la memoria de las raíces y las convicciones transmitidas por sus padres y su esposo.

Justicia simbólica y acción concreta
En su fase inicial el fondo prioriza a quienes quedaron afectados de manera directa por la tragedia del Jet Set: sobrevivientes y familiares de las víctimas. Esa elección no se explica únicamente por la cercanía afectiva; se entiende como una reparación simbólica. Melba recuerda las palabras del padrino de Alexandra, el doctor Milton Ray Guevara, quien en el acto inaugural sostuvo que la joven «vivirá a través de los éxitos y de la formación de quienes perdieron a sus padres». Esa afirmación guía la lógica inicial del programa, pues cada logro académico deberá leerse como una prolongación del legado personal.
Los acuerdos ya suscritos con universidades y centros culturales permiten que catorce estudiantes —sobrevivientes o familiares directos— accedan a estudios en instituciones diversas: UAPA, INTEC, ITLA, UNPHU, Unicaribe, O&M y UASD. A estos primeros beneficiarios se sumarán otros jóvenes, de modo que la cobertura inicial refleje tanto la urgencia como la intención de construir un mecanismo mayor y estable. La alianza con la Dirección de Desarrollo Social Supérate garantiza, según los gestores, una selección con criterios sociales y con seguimiento cercano de las trayectorias académicas.
La presidenta de la fundación, quien preside también el consejo directivo del nuevo fondo, y a la vez está al frente de la Fundación Sur Futuro, reconoce que la meta apunta a ampliar la cobertura: «La intención es alcanzar hasta quince becas por universidad», afirma, sin condicionar las carreras ni la procedencia geográfica. Ese planteamiento abre la posibilidad de combinar carreras técnicas con trayectos universitarios clásicos, y de integrar en el tiempo alternativas formativas para menores en situación de vulnerabilidad.
El fondo que lleva el nombre de Alexandra nace con un propósito claro: transformar la pérdida en formación y expresión. En su primera etapa asegura plazas universitarias para sobrevivientes y familiares, y abre una línea de acción para programas artísticos que recuperen sentido y ofrezcan vías de futuro.
Cultura como instrumento de transformación
El Fondo no pretende limitarse a la prestación de apoyo económico. El componente cultural ocupa un lugar central: Alexandra fue una joven vinculada al arte —producción de eventos, fotografía, diseño, música— y esa dimensión orienta los programas complementarios. Melba sostiene que la herencia artística de su hija exige un fondo que incentive la creatividad y la promoción de espacios de gestión cultural en comunidades donde la oferta resultaba escasa antes del proyecto.
Ese vínculo entre formación académica y activación cultural busca evitar una visión instrumental de la educación. El fondo aspira a que los jóvenes desarrollen herramientas críticas y expresivas que favorezcan su empleabilidad y su sentido de pertenencia.
Alianzas y sostenibilidad
La participación de rectores, autoridades públicas y figuras de la sociedad civil en el lanzamiento —entre ellos la vicepresidenta, ministros y representantes de numerosas universidades— indica una voluntad de respaldo institucional amplia, una prueba de que la educación y la solidaridad siguen conservando valor público.

En la práctica, la gobernanza diseñada contempla un consejo directivo con miembros de prestigio y un comité técnico que evaluará solicitudes y seguimiento. La presidenta confía en que las universidades desempeñarán un rol activo, ya que validarían la admisión de los beneficiarios, colaborarían en la supervisión académica y participarían en la propuesta de programas culturales. Esa estructura pretende evitar la improvisación y asegurar que los recursos generen efectos sostenibles.
Palabras que acompañan y levantan
La dimensión humana del proyecto emerge en los testimonios reunidos durante el lanzamiento. La periodista Alicia Ortega evocó la sencillez de Alexandra: aquella capacidad para alegrarse con lo pequeño y para cuidar a quienes la rodeaban. Este rasgo, en boca de familiares y amigos, proyecta la ruta ética del fondo; no se trata de discursos grandilocuentes, sino de prácticas cotidianas que modifiquen trayectorias.
Melba dirige a los jóvenes un mensaje directo y de alcance: «La educación será siembra de una y muchas semillas que, con esfuerzo y constancia, rendirá frutos para las familias y las comunidades». Ese enunciado resume la filosofía del proyecto: formación vinculada, responsabilidad compartida y perspectiva de largo plazo.
Más allá de una iniciativa puntual
Un fondo que nace del dolor posee, por definición, un desafío ético adicional: no permitir que la memoria se convierta en gesto pasajero. El propósito de las familias Segura Grullón y de las instituciones socias consiste en institucionalizar un canal que perviva en el tiempo y que, además de reparar, potencie:
ofrezca opciones educativas, desarrolle programas culturales y fomente autonomía en sus beneficiarios. Si la promesa se traduce en estructuras claras y en flujo sostenido de recursos, la tragedia podrá ser, al menos, el origen de una transformación real en tantas vidas golpeadas.
La pregunta que late tras la iniciativa trasciende el ámbito local: ¿cómo mantener vivo un gesto solidario sin que se degrade en símbolo? La respuesta que propone la presidenta del fondo apunta a tres ejes: alianzas formales, transparencia en la selección y programas que mezclen formación con práctica cultural. Bajo esa lógica, la memoria de Alexandra no quedará reducida a una placa o a una emoción pasajera; se convertirá en una política personalizadora que, con rigor, podrá multiplicar oportunidades. Si la sociedad cumple con su parte, el eco de este gesto resonará durante años en rostros, aulas y escenarios donde la vida se renueva.
Por Anita González Sigler
Redactora | lunaparche@gmail.com