Una fotografía aérea del polígono central de la ciudad de Santo Domingo crea el estereotipo de que somos una sociedad avanzada, global; sin embargo, cuando la caminamos nos da la impresión de haber llegado a eso que suelen llaman «tercer mundo». Así piensa el arquitecto dominicano Marcos Barinas Uribe, quien indica que, a pesar de la abundante inversión privada, existe muy poco sentido de comunidad y aproximación al bien común.
«En 20 años, desde mi punto de vista, se ha aportado muy poco a los atributos que hacen de Santo Domingo una ciudad tropical. Nuestras ciudades han experimentado avances e involuciones en lo que respecta a su crecimiento. Tenemos espacios urbanos de calidad global, como el Malecón, el Jardín Botánico, la Ciudad Colonial, pero también espacios de miseria», puntualiza el experto en entrevista con Bohío.
Para Barinas, el país ha contado con excelentes urbanistas y existe una nueva generación muy bien formada que no puede dejar menos que grandes esperanzas. «No obstante, urbanismo y planificación, articulados a una política de Estado que vele por el bien común, nunca se ha tenido, porque no se han dado las condiciones legales, normativas y de experiencias que así lo permitan. Hace poco se aprobó la Ley de Ordenamiento Territorial y Uso de Suelos, lo cual es un paso de avance en ese sentido, pues a partir de ahora la planificación territorial y, por tanto, el urbanismo, es ley y no ambición particular de un gobernante de turno», señala.
Barinas es un apasionado de la ciudad desde edades muy tempranas, algo que le debe a su madre. «Ella usaba sus ahorros para viajar, a pesar de que en los setenta y ochenta el turismo no estaba muy desarrollado». De esa forma tuvo la oportunidad de conocer grandes ciudades y tiene muy claras en su memoria las vivencias en grandes urbes como Nueva York, Los Ángeles, Montreal, Ciudad de México, pero también pequeñas ciudades del Caribe en Santa Lucía, Puerto Rico, Martinica, St. Thomas (Islas Vírgenes de Estados Unidos),…
Nunca fue su norte estudiar arquitectura, hasta que cayó en sus manos un libro de Hannah Arendt sobre la «esfera pública». «Desde ese día supe que lo público, el interés común, era mi tema. Apreciaba mucho recorrer República Dominicana, sus pequeños pueblos, “cazando” balcones y pequeños espacios urbanos. Eso me llevó a estudiar planificación, en Estados Unidos y en Chile, mediante una beca Fulbright. En ese momento me expuse al tema del cambio climático, que en los noventa no era tan común y accesible como ahora. Y más tarde me llevó a estudiar Relaciones Internacionales, porque sabía que la solución a los males de nuestras comunidades no era solo desde el ámbito local».
Confiesa que trabajar para el Estado fue, durante años, una aspiración y un placer, sin importar las frustraciones típicas de la política partidaria en el país. «Tuve posiciones de dirección en Vivienda, Medio Ambiente y Asuntos Urbanos. Recientemente The University of Illinois, en Urbana-Champaign, me otorgó el honor de abrir la primera “Cátedra África”, donde enseñé sobre los grandes crecimientos urbanos del futuro que se darán en el “Sur Global” y las áreas tropicales».
¿Cómo acoge el actual liderazgo y los que toman decisiones el concepto de diseño sustentable? ¿Se nota apertura de mentalidad?
El tema de la sostenibilidad se ha convertido en una muletilla que todos pronuncian e incluyen en sus discursos y planes, pero que sus acciones y decisiones nada tienen que ver con la conservación y buen uso de los recursos naturales y su balance con la economía, la sociedad y la cultura. Nadie quiere arriesgarse, pues los beneficios son a mediano y largo plazo y esta es una sociedad impactada muy negativamente por los tiempos electorales. Una pena.
¿Cree que las nuevas generaciones abrazan más esos conceptos de sostenibilidad? ¿Qué tiempo cree que debe transcurrir para que se note un cambio y podamos ser una capital latinoamericana a la vanguardia en lo ecoamigable?
Definitivamente, tengo mucha esperanza en la generación de profesionales que se empieza a formar ahora; mis hijas tienen una visión de la sociedad, la inclusividad y la equidad muy diferente a la mía. La educación ha cambiado mucho, esto si tienes acceso a ella, que en nuestro país desafortunadamente es muy cara. En los últimos 40 años esta ciudad ha tenido planes y proyectos de todo tipo; si los asumiéramos seríamos esa capital latinoamericana de vanguardia. El problema es que esa generación de la que hablé no ha llegado al poder, tiene que desaparecer una generación política completa para empezar a formarnos una verdadera esperanza.
Se ve que usted es muy amigo de la calle El Conde. ¿Qué significa para Marcos Barinas esta vía peatonal?
Hay una calle El Conde diferente para todo el mundo; es uno de los espacios urbanos más relevantes del país y que despierta más emociones y recuerdos. Ha sido escenario del nacimiento de la Independencia y de las resistencias patrióticas más justas, también vio crecer culturalmente a muchas generaciones. Hoy necesita de nuestra ayuda, pues su decadencia económica, social y ambiental no puede sostenerse sin la participación de todos.
Mi compañía, Red Caribeña de Urbanismo y Arquitectura (ReCUA), participó en un concurso internacional para su rehabilitación y lo ganamos. Ahora desarrollamos los procesos de investigación, participación comunitaria y diseño que generen una propuesta relevante en lo social, responsable en el tema ambiental, económicamente factible y culturalmente inclusiva. Y así iniciar su despertar del estado de limbo en que se encuentra.
Uno de los grandes problemas que aquejan a la ciudad capital, además de un sistema de transporte eficiente, es el del parqueo. ¿Vaticina usted soluciones en el corto plazo para esta situación?
No hay manera de asumir el tema de los parqueos sin una planificación correcta del sistema de transporte colectivo, que no se refiere tan solo a autobuses o transporte masivo, también a la buena calidad de las aceras y de espacios públicos. Recuerden que todo chofer, al bajarse de un vehículo, se convierte en peatón y necesita de la misma calidad de espacio urbano que necesita el que no maneja. Estoy convencido de que la mejor ciudad es aquella en la que puedes ir a comprar el pan, realizar las actividades más esenciales, sin tener que parquearte. Mientras llegan esas condiciones, es responsabilidad primaria del Estado trabajar en el espacio que pertenece a la mayoría, en este caso el espacio público. Solo el 30 % de los hogares de esta ciudad tiene algún tipo de transporte privado, como carros y motores, el resto debe resolver sus problemas a pie.
En sus múltiples viajes al extranjero, ¿qué ha visto que se pueda implementar en RD en aras de tener un país con mejor ordenamiento territorial? ¿Ha sentido frustración por algo que le han dicho «no es viable»?
Cada ciudad o territorio tiene sus problemáticas y muchas veces las soluciones que vemos que funcionan en el extranjero no son necesariamente aplicables aquí. De lo que estoy claro es de que cada vez que salimos del país y volvemos a Santo Domingo nos da en la cara el mal mantenimiento de nuestros espacios urbanos, la deficiente iluminación pública, la falta de ornato y la desaparición de la vegetación urbana, el poco equipamiento público y la desesperanza de la gente que debe resolver sus problemas urbanos cotidianos con poco o ningún apoyo del Estado. Lo que más frustra es cuando respaldas tus soluciones en procesos de investigación locales y son negadas por los tomadores de decisiones escudados en el eterno «aquí no funcionan las cosas así», como si las que se aplican en estos momentos fueran efectivas.
¿Por qué la planificación del tránsito en el Gran Santo Domingo sigue siendo un caos, aun con el paso de los años?
Eso que llaman el Gran Santo Domingo, que aún no está definido con precisión, supone una ciudad de más de 5 millones de habitantes, administrada por 11 ayuntamientos y que se desparrama en tres provincias, dos regiones y que impacta al país entero. No es posible planificar el tránsito o cualquier política pública bajo el estándar existente, se necesita una nueva conciencia de la escala metropolitana de Santo Domingo, pero también de Santiago y Bávaro-Punta Cana. En todas puedes ser el mejor alcalde de tu demarcación pero si el municipio vecino te envía 200 mil vehículos al día, o depende de tu equipamiento deportivo, escolar u hospitalario, entonces no hay política o plan municipal de tránsito que valga. Necesitamos nuevos modelos de planificación y el primer paso se acaba de dar con la promulgación de la Ley de Ordenamiento Territorial y Uso de Suelo, en la cual tuve el honor de ser el asesor de la comisión bilateral que la estudió por dos años.
¿Cree que existe un déficit de espacios verdes públicos en Santo Domingo?
Es importante definir bien a qué tipo de déficit nos referimos; existen circunscripciones que no tienen ese déficit, por ejemplo, la circunscripción número 1 del Distrito Nacional, cuyo porcentaje es considerado dentro de los estándares de ciudades ecoamigables por tener entre 8-10 m2 de espacio verde por habitante. Sin embargo, la número 3, que agrupa los barrios del noreste del Distrito Nacional, tiene 0 (cero) m2 de espacio verde por habitante. No es de déficit que hablamos, es de distribución desigual de espacio público en relación con la población en el territorio.
¿Sueña con un nuevo Santo Domingo?
El Santo Domingo que sueño ya existe, yo amo esta ciudad hasta la rabia. Sigue siendo una ciudad hermosísima con un privilegio de localización frente al mar, con terrazas geológicas que siempre nos permiten verlo, con un clima inigualable, historia y cultura pertinentes. No tengo complejos respecto a mi ciudad. Solo que poco a poco algunas cualidades no geográficas y culturales, como la calidad del espacio público, el acceso a tránsito adecuado, oferta inmobiliaria de calidad, infraestructura y equipamiento comunitario se pierden a medida que crece sin planificar su futuro. Es nuestra responsabilidad exigir a las autoridades que cuiden lo permanente de nuestra ciudad y mejoren lo que debe evolucionar.
¿Qué significan los premios y reconocimientos para Marcos Barinas?
Muchísimo. Me llenan de orgullo por el trabajo bien hecho, que muchas veces es fruto de frustraciones y sacrificios. Los acumulo y son un aliciente para hacer las cosas mejor. Soy muy competitivo, sobre todo conmigo mismo.
Si no hubiese estudiado arquitectura, ¿qué le hubiera gustado?
Arqueología, es una carrera tan lejana de lo que hago, pero al mismo tiempo comparte un sentido del olfato y la intuición que guía a la ciencia y también es semejante al urbanismo. Pero siempre le digo a mis hijas que ya no vivimos en un mundo de profesiones tradicionales; estudiar es un instinto que se une a las experiencias cotidianas. Hay que crecer intelectual y espiritualmente y las carreras universitarias son, en ese contexto, una guía esencial.
DE CERCA
Un lugar que quisiera ver restaurado y que le despierte la nostalgia.
Por supuesto que la calle El Conde. También quisiera ver restaurados los espacios públicos de algunos barrios de la ciudad que aprecio, como Ciudad Nueva y Villa Francisca.
¿Qué sitios de República Dominicana recomendaría a quien nos visita por primera vez?
Les recomendaría que salieran del circuito turístico tradicional de la playa y se acerquen a nuestros espacios rurales de montañas y pequeñas comunidades costeras. Existe toda una cultura de calidad que necesita desarrollo económico y que pueden subsistir y desarrollarse con muy poco, por ejemplo, Los Cacaos en San Cristóbal, San José de Ocoa, los pueblos tradicionales de La Línea, las comunidades de la vuelta al lago Enriquillo, y Montecristi. También que se tomen una cerveza en Ciudad Nueva, que vayan a bailar son a Villa Consuelo, merengue en un rancho de Santiago, que vayan a una fiesta a caballo en Hato Mayor y a bailar congos y comer chicharrón en Villa Mella.