La antigua República soviética celebra este año el vigesimoquinto aniversario de su independencia en un momento decisivo para manejar su futuro y explotar adecuadamente toda su potencialidad como destino receptor de viajeros inquietos.
Como casi todas las antiguas repúblicas soviéticas, Georgia es un ejemplo de diversidad en recursos naturales y atractivos turísticos. Por su condición de portal de conexión entre Europa y Asia, además de ser una de las dos naciones situadas entre el Mar Negro (que baña su costa) y el Mar Caspio (que limita con la vecina Azerbaiyán), tiene también un cartel magnífico entre los países cercanos como lugar de descanso.
Después de su independencia formal en 1991 y a pesar de los numerosos conflictos armados en las provincias limítrofes (especialmente en Abjasia o las zonas caucásicas de Chechenia y Osetia del Norte), la nación georgiana ha desarrollado una interesante oferta para el viajero más aventurero, fundamentada en la baja explotación de sus recursos y la riqueza de alicientes históricos.
La moneda oficial es el lari (un dólar equivale a 2,5 unidades de la divisa local) y la aerolínea nacional, Airzena, conecta el país con los aeropuertos internacionales de Atenas, Ámsterdam, Fráncfort, Kiev, Moscú, París, Tel Aviv y Viena, entre otros. También llegan Turkish o Lufthansa, además de la “lowcost” Wizz Air hasta la ciudad de Kutaisi (la segunda del país) desde aeropuertos húngaros (Budapest) y polacos (Varsovia, Katowice). Al llegar, lo primero que encontrará el visitante es una mano tendida y un saludo, “ungamarjoba”, que literalmente se traduce como “que ganes”, un deseo que el triunfo te acompañe en el día a día. Una buena manera de aterrizar en tierra desconocida.
En Georgia hay un detalle de interés etnográfico para el visitante que tiene que ver con un hecho único, documentado científicamente y objeto de numerosos debates: en el yacimiento de Dmanisi se han encontrado dientes humanos en perfecto estado, con una datación de 1,7 millones de años, lo que significa que el primer representante de la raza humana no apareció en África, sino en esta zona.
Tbilisi (también llamada Tiflis, por su pronunciación fonética internacional) es la capital de Georgia. Su nombre significa cálido, un dato que no es precisamente casual: los baños sulfurosos terapéuticos son, probablemente, el rasgo más conocido de Georgia en el extranjero, y uno de sus imanes turístico, los Orbeliani, con sus teselas azules e inspiración persa, son los más conocidos junto a los Chreli, Gogirdis y Samepo. Tras los baños termales (entre 2 dólares las más humildes y 50 las más caras) lo habitual es un buen masaje, que proporciona el mekise, que casi siempre es de origen azerí (de Azerbaiyán).
En la zona vieja, justo en la ladera del monte que preside la urbe, la estatua de la Madre de Georgia vigila la ciudad, que también preside una gran torre metálica convertida por la noche en gran fanal, por su espectacular iluminación. Las calles de Tbilisi esconden mil y una historias, derivadas de su doble condición de crisol cultural y raíz de la primera gran civilización humana. Barrios como Mtatsminda, con sus vías empedradas de gran pendiente, invitan a perderse y descubrir en cada esquina la esencia de una localidad que ha hecho del misterio su razón de ser. En lo alto del barrio, la iglesia y el cementerio (panteón de la mayoría de celebridades nacionales) simbolizan esas sensaciones.
Las alternativas capitalinas son muy diversas. El mercadillo de pulgas del Puente Seco, la catedral de Sameba (la Santísima Trinidad), la fortaleza amurallada de Narikala con sus increíbles vistas sobre el río Kura, las calles Chardin y Bambis Rigui con sus terrazas, clubs y tiendas de moda, la populosa avenida Rustavéli, el Museo Nacional de Georgia, el Teatro de Ópera y Ballet, el Teatro Académico Estatal Shota Rustavéli, el Conservatorio Estatal de Tiflis, el Teatro Marjanishvili, el Palacio de Vorontsov…
Religión y vino
El 80% de los georgianos cultiva la religión ortodoxa. Es un dato muy importante, ya que la mayor parte de sus iglesias y monasterios (no todos, especialmente en el interior del país) tienen reglas estrictas para los visitantes. Así, los hombres no pueden entrar en pantalón corto, y las mujeres tampoco pueden ir con faldas cortas o ‘”jeans”, amén de estar obligadas a cubrirse la cabeza: en la entrada de estos edificios se pueden conseguir telas para alargar las faldas o completar los pantalones cortos.
Georgia es tierra de vino. La zona de Kakheti, al este del país, copa la producción de la uva nacional. De hecho, se dice que es el viñedo más antiguo del planeta: data del año 6.000 a.C. La gastronomía, por su parte, es rica en recetas de carnes y vegetales, aunque de cara al visitante hay dos especialidades que se repiten en cada esquina. El khachapuri de queso (una variedad de pan artesano) y el jinkali (raviolis cocinados a la salsa de pimienta negra). También hay que probar el mytsvadi, una brocheta de carne marinada en jugo de limón, similar al kebab turco, o el pollo mukhranian en salsa agridulce de ciruela. El restaurante Alaverdi de Tbilisi es una excelente piedra de toque para probar lo mejor de la gastronomía georgiana y, de paso, admirar exhibiciones de otra de las artes populares locales: la danza acrobática y los pasos del popular baile rachuli. El teatro de marionetas Gabriadze también entronca la ciudad con una de sus tradiciones más primitivas y populares.
Para moverse por el país existen unos minibuses llamados mashrutkas, con una organización algo caótica, pero muy económicos. Con los taxis hay que ceñirse a los oficiales, identificados en el exterior por el color rojo, y negociar la tarifa por adelantado. La red de trenes es escasa, pero hay buen servicio aéreo interno.
Además de la capital, una visita muy interesante es el pueblo empedrado de Mtskheta, excelentemente conservado, que tiene en la catedral de Svetitskhoveli su principal bastión histórico, por ser lugar sagrado para los devotos georgianos. La cercana Gori es la ciudad natal de Stalin, con un curioso museo en su honor, pero para quienes no gusten de prestar atención a la memoria de dictadores sanguinarios resulta más interesante la urbe excavada de Uplistsikhe.
Tampoco hay que perderse las vistas desde las cuevas montañosas de Vardzia o la impresionante fortaleza Ujarma. Shatili, la aldea nacida en la pendiente del Gran Cáucaso, poblada por los fieros Khevsureti en la Edad Media, también es digna de una visita. En Batumi, la capital de la fiesta playera en Georgia, se puede admirar el delfinario, el teleférico, la playa de Sarpi… y las impresionantes fiestas que atraen a jóvenes de todas las naciones cercanas, con los mejores DJs de Europa y Asia en las cabinas de sus discotecas y pubs.
La ciudad de Kutaisi cuenta con la catedral de Bragati y el Monasterio de Gelati, dos fantásticos Patrimonios de la Humanidad para la UNESCO que, por desgracia, han sido excesivamente remodelados y corren el riesgo de perder el citado reconocimiento. Los frescos en los muros interiores de Gelati tienen escaso parangón en Europa, tanto en calidad y cantidad como en estado de conservación. Muy cerca de la ciudad está el Parque Nacional de Sataplia, con sus fantásticas grutas. En definitiva, muchas cosas por ver en un territorio amplio (cuatro veces más que República Dominicana) pero manejable, y lleno de la magia arcana que reside en los territorios marcados por miles de años de historia.