En su afán por conocerlo todo, los turistas más fanáticos no tienen posibilidad de visitar el “destino” final: la muerte. Esto se debe a que, como dijera un personaje de película, “nadie puede salir de esta vida con vida”. Pero atraídos por diversas causas, son millones los que, una vez en un destino, visitan algún camposanto. Ese tipo de visita puede resultar memorable y recordarse con reverencia. En nuestro país no tenemos grandes atracciones de este tipo, pero el Cementerio Municipal de la Avenida Independencia (CMAI) podría convertirse en una.
Los cementerios califican como oasis urbanos que, por ser remansos de paz y tranquilidad, propician la reflexión silente. Otros los ven como refugios del desconsuelo y del sentimentalismo, mientras para otros son lugares de recreación o un afrodisíaco para necrófilos. Por supuesto, ningún inversionista desarrolla un cementerio con el propósito expreso de atraer turistas. Los cementerios privados son negocios inmobiliarios, pero no son desarrollados como atracciones turísticas. Tampoco se escoge un destino solamente para visitar un cementerio, aun cuando algunos ofrezcan amenidades.
Algunos analistas piensan que los cementerios son atractivos turísticos simbólicos porque proyectan la cultura y la historia del destino anfitrión. El turista se sentirá atraído por las tumbas de figuras de renombre y los entornos en que están enterradas. En adición, puede apreciar el valor estético de la arquitectura y el arte funerario –incluido el estatuario religioso– de los mausoleos y panteones. Un cementerio nuestro, por tanto, podría constituirse en una oferta complementaria al sol y la playa, en especial si se convierte en un “museo a cielo abierto” que guarde en su seno singularidades dignas de conocer.
En el mundo occidental los primeros cementerios que adquirieron fama fueron las llamadas catacumbas, sobre todo las de París y Roma. Son galerías subterráneas que albergan miles de enterramientos, tanto de paganos y judíos como de cristianos. Aunque la costumbre original de los romanos era cremar a sus muertos, las 60 catacumbas de Roma que se han preservado tienen 170 km de longitud y albergan muchas figuras religiosas. Solo en las catacumbas del Vaticano están enterrados 91 papas, incluido el Apóstol Pedro, fundador de la Iglesia católica.
El cementerio más visitado del mundo es el Pere-Lachaise de París, el cual ofrece visitas organizadas y recibe millares de turistas al año. Con más de 300.000 enterramientos, alberga las tumbas de figuras tales como María Callas, Modigliani, Oscar Wilde, Balzac, Marcel Proust, Edith Piaf, Chopin y Gertrude Stein. (Hasta Trujillo estuvo enterrado ahí por varios años). Famoso por sus huéspedes son también el Highgate de Londres (Karl Marx) y La Recoleta de Buenos Aires (Carlos Gardel). Otros famosos camposantos son el Viejo Cementerio Judío de Praga (más de 100.000 enterramientos), el Monte de los Olivos de Jerusalén (con incontables líderes judíos y musulmanes), el Arlington National de Virginia (Estados Unidos) y el de Normandía (Francia).
Algunos cementerios se han hecho famosos por otras singularidades. El de Manila, Filipinas, por ejemplo, exhibe muchos panteones climatizados. El Mount Pleasant de Toronto atrae por sus entornos que están llenos de vida. En Londres, el Westminster Abbey alberga no solo restos de la realeza británica sino que también es hogar para extintos poetas y escritores. El Merry Cemetery de Rumanía se distingue por tener tumbas alegres con epitafios divertidos o poéticos.
En nuestro país no existen cementerios que puedan compararse, tanto por su edad como por sus características y trascendencia histórica. Respecto a la edad, habría que referirse primero a los cementerios indígenas que los antropólogos han localizado en diferentes puntos del país, pero que no han sido puestos en valor para ser visitados como atracciones turísticas. De esa época sobrevive, sin embargo, un rincón de La Isabela donde aparecen cruces que sugieren enterramientos de españoles que vivieron allí. Eso tendría que calificar como el primer cementerio de importancia para la visita de turistas, pero sería motivada más por lo que representa históricamente La Isabela que por su cementerio. La tumba de Colón, en el Faro, atrae visitas turísticas, pero no es un cementerio propiamente dicho.
El único cementerio verdaderamente turístico que tenemos es el Panteón Nacional. Ahí afluyen muchos visitantes extranjeros que se topan con él durante su deambular por la Ciudad Colonial. Pero cementerios como el Nacional (de la Av. Máximo Gómez), el Cristo Redentor y los demás municipales del país no son objeto de visitas turísticas. Ni siquiera el CMAI, el cual no tiene un nombre propio, atrae cantidades importantes. Este último está mejor posicionado para calificar como un segundo Panteón Nacional porque ahí descansan los restos de prominentes escritores, poetas y héroes de nuestras dos guerras de Independencia, también un número importante de los caídos en la contienda de Abril de 1965.
El lugar donde está el CMAI fue originalmente una sabana donde pastaban vacas y caballos y donde se fusilaba a los desafectos políticos. En vista que colindaba con la muralla de la Ciudad Colonial, era un sitio conveniente para enterrar a los que morían en ella. Fue el presidente Boyer de Haití quien ordenó la conversión del lugar en cementerio, y se inauguró en 1884. En 1965 fue clausurado por saturación y en 1987 se declaró Patrimonio Histórico. Hoy día, sin embargo, abundan las señales de abandono en los panteones y mausoleos y el lugar necesita de una intervención que lo ponga en valor.
Para la restauración física de CMAI no se requiere traer talento extranjero. Son muchos los técnicos dominicanos especializados en restauración que podrían hacer un trabajo bien hecho. Pero para convertirlo en un lugar de gran visita turística no basta con recomponer lo físico. Cualquier turista de Munich, por ejemplo, no tendrá idea de los valores históricos que se encuentran allí y, para ponerle caso, se necesitará que se desarrollen rasgos que ameriten la visita. El Panteón Nacional no necesita mucho esfuerzo para atraerlas porque los extranjeros están casi obligados a pasar frente a él en ruta hacia el Museo de las Casas Reales y el Alcázar de Colón. Pero para atraerlos al CMAI, el cual está fuera de la Ciudad Colonial, se necesitará crear el imán requerido.
Las autoridades y el Clúster Turístico de Santo Domingo podrían persuadir a guías y turoperadores para que incluyan, en el itinerario de un tour organizado de la Ciudad Colonial, una parada en el CMAI. Pero el turista extranjero no vería mayor significado en las tumbas, al deambular por los predios del cementerio, si un guía anfitrión no interpreta sus contenidos y resalta los significados históricos. Es preciso entonces que el cementerio disponga de un personal adecuado en ese sentido. En algunos cementerios de Estados Unidos hay personal ataviado con vestimenta de la época que aborda a los visitantes y se presenta como si fueran los mismos personajes allí enterrados.
La transformación del CMAI en un verdadero atractivo turístico requiere de fondos que la financien. Si el ADN no dispone de esos medios, donde primero habría que buscar sería en los sobrantes del Programa de Fomento al Turismo de la Ciudad Colonial que financia el BID. Pero también la Comisión Nacional de Efemérides Patrias, el mismo ADN y algún comité gestor privado podrían proponerse el levantamiento de fondos con tales fines. Después de todo, el descanso eterno de los enterrados allí será más llevadero con las visitas de los turistas.
Por Juan Lladó
Periodista / Consultor turístico
j.llado@claro.net.do