La frase del titular, en catalán, tiene una segunda parte: “…si la bolsa sona”, una referencia directa a que se disfruta más con dinero en el bolsillo. Sin embargo, el dicho popular acaba aún mejor. “Y si no sona, també es bona”. No hace falta traducción: hay una Barcelona atractiva para todos y cada uno de sus visitantes, independientemente de su poder adquisitivo.

Las-ramblasEn una primera aproximación a Barcelona y su esencia, los referentes se agolpan en las retinas del curioso: el famoso equipo de fútbol con Leo Messi y Neymar a la cabeza, los Juegos Olímpicos del 92 y su huella, las canciones de Serrat, la Sagrada Familia, los museos, el baile de la sardana, el Puerto, Tibidabo, Las Ramblas, Montjuic, la estatua de Colón, la basílica de Santa María del Mar, festivales masivos de música alternativa como el Primavera Sound o el Sónar… todas esas señas de identidad son universales, figuran en cada una de las guías de viaje publicadas y, si bien conviene conocerlas en la medida en que dispongamos de tiempo, no son sino la punta del iceberg; la llamada Ciudad Condal esconde mil y un secretos a los ojos de quienes la recorren por primera (o quinta) vez.

Barcelona es arte, vanguardia, diseño, música. Una ciudad que se enorgullece de su perfil chic y combina sabiamente la camaradería hacia el turista y el arraigo de las costumbres propias. Sonríe a los visitantes que invierten tiempo y dinero en una visita puntual, y exige una suerte de identificación física y psíquica a quienes deciden echar raíces allá. Es la ciudad cuadriculada en cuanto a expresión urbanística, donde tantas y tantas calles son iguales, donde se valora la comodidad y las cosas bien hechas por encima de todo. Una urbe que no sabría vivir sin su mirada al mar, con dos personas llamadas José Guardiola que la hicieron un poco más grande (el cantante melódico primero, el futbolista triunfador después) y una faz multicultural desarrollada gracias a los inmigrantes, que se ha convertido en norma a lo largo y ancho de barrios tan populosos como el Raval. 

museo-frederic-maresBarcelona es Gaudí. Algo más que un arquitecto. Suya es la inacabada e impresionante Sagrada Familia, el monumento más visitado de Barcelona, con sus agujas rascando las capas más bajas de la bóveda celestial. Suyo es el Parc Güell, con sus bancos de piedra sin rectas, sus teselas y los paseantes embobados por el espectáculo de la ciudad a sus pies. Suya es La Pedrera, la casa más original de todo el casco urbano. Barcelona le debe mucho, y no escatima reconocimientos a su figura.

Barcelona son dos montes, Tibidabo y Montjuic. Uno coronado por un vetusto y entrañable parque de recreaciones, al que se puede acceder por teleférico. Otro que lleva de sombrero el Estadio Olímpico, y en el seno un majestuoso castillo que observa con detenimiento el espacio ferial por antonomasia de la ciudad, desplegado desde la Plaza de España. Barcelona es el paseo de Las Ramblas, siempre lleno de turistas, con estatuas humanas y variopintos puestos de venta, paseo amable en el que hay que estar atento a los amigos de lo ajeno, con el Teatre del Liceu en una punta y la Estatua a Colón en la otra, muy cerca del centro comercial Maremágnum, en el centro del Puerto, con sus boutiques y restaurantes de ‘seafood’. 

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Barcelona es playa. La Barceloneta, integrada en el casco urbano, con sus puestos de paellas y arroces caldosos, terrazas chic, tenderetes de accesorios y ‘poseurs’. Las playas del extrarradio, como Castelldefels (refugio de famosos) o la capital rosa, Sitges. Barcelona es su casco antiguo, con la Catedral y los singulares espacios artesanos (insoslayable la tienda del británico Alexis Fasoli en la Volta des Tamborets, con sus sandalias, cinturones, carteras y joyas hechas a mano). Barcelona es el Camp Nou, la casa del Barça, donde Messi hace goles a pares y el equipo blaugrana cimenta un lustro de incesantes éxitos. Barcelona es el MACBA, sede del arte moderno, o el CCCB, con las exposiciones de veteranos y noveles, o CosmoCaixa, sede de la ciencia y la divulgación para toda la familia…

Los accesos principales son tres: la estación de tren y autobús de Sants, la estación del Nord (autobús) y el aeropuerto de El Prat. Desde hace unas semanas, Sants conecta por tren con París, con dos convoyes diarios e ida y vuelta en alta velocidad: seis horas y media de viaje y 1.000 kilómetros. Una oferta idónea para quienes tienen manía a volar. La conexión férrea con Madrid también es muy veloz: menos de tres horas para 600 kilómetros de distancia. 

Más adentro 
Hasta aquí, todo o casi todo es reconocible vía Google. Vamos con los secretos, los rincones que tienen más locales que foráneos. Como la Carretera de las Aguas, una carreterita que recorre la falda del Tibidabo y que se llena de paseantes de perros, ‘joggers’ y bohemios. O los búnkers abandonados del Carmel en Turó de la Rovira, donde la gente que no quiere playa va a leer y tomar el sol en verano, además de escaparse al barcito Las Delicias para degustar tapas de lujo a precios accesibles. 

Montjuic está llena de discotecas y bares, pero bajo el castillo se esconde la Caseta del Mig Día, que emerge de entre los árboles con sus paredes de ladrillo y sus sillas de plástico. En los meses de buen tiempo se organizan ahí sardinadas a la brasa, barbacoas y hasta recitales de flamenco y rumba. 

Bunker-el-carmel

El carrer peatonal Blai, que corre junto a la avenida del Paralelo, ofrece los jueves una tapa y un vino por un euro. Los bares se llenan. En la esquina de Roger de Llúria con Diputación, el bar Valentín concentra a público ejecutivo casi todo el día, pero también reúne aficionados al buen desayuno: café, jugo de naranja natural y pan de chapata con jamón de Jabugo. O la Bodegueta de Verdaguer, en la calle Provenza 366 (casi con Passeig de Sant Joan) que presume de servir el mejor vermut de Barcelona: un aperitivo único. 

En una ciudad que adora la comida asiática, la mejor relación calidad/precio está en Kaguya Hime (Princesa de la Luna en japonés), en la calle Bailén. Y para los que adoran los pasteles, nada como La Granja Petit Bo, en el carrer Aragón con Diputació. Para centralizar las compras, además del citado Maremágnum del Puerto, está el mall Las Arenas, construido en la antigua Plaza de Toros: la lidia ha sido prohibida en Cataluña. Y el Mercat de la Boquería, a mitad de Las Ramblas, es un museo para los sentidos: los productos más frescos y un excelente restaurante en el centro de los puestos, el Quim. 

El inmenso Cosmo Bar (calle Enric Granados) tiene una amplísima carta de jugos naturales, cafés y tés, además de continuas exposiciones y workshops (desde tricot a fotografía). Y el restaurante Indian Rani es el mejor de su clase en la ciudad. El museo de escultura Frederic i Marés, en pleno barrio Gótico (plaza de Sant Iu) es otra fantástica manera de pasar una mañana. En el siempre activo barrio de Gracia, la gente del cine se reúne en el bar Bonobo (carrer de Santa Rosa) a ver partidos de fútbol y disfrutar de la famosa pomada menorquina (bebida granizada a base de ginebra Surigué y refresco de limón), y en el vibrante Raval destaca la propuesta expositiva del Miscelánea. 

Hay mucho más, pero falta papel. Agarren su mapa, hagan su ruta y disfruten. Barcelona siempre les reservará una sorpresa extra… 

Por Pablo Ferrer 
ferretix@gmail.com