La “Garota de Ipanema” de Jobim es el himno oficioso del país. El fútbol, la religión con más acólitos. La samba, el modo natural de expresión en las fiestas de la calle. Todo eso (y la Brasilia de Niemeyer, con su extraño cascarón futurista en medio de la jungla) engrosa la lista de imágenes conocidas de la nación más grande de Sudamérica, junto al Cristo del Corcovado, las casas de colores de Salvador de Bahía, el carnaval de Río en febrero y marzo, las cataratas Foz de Iguaçu o el inmenso estadio de Maracaná. Efectivamente, Brasil es todo eso… y mucho más.
Para empezar, se trata de un país que tiene Mundial de fútbol este verano y Juegos Olímpicos en dos años. Si no era ya bastante magnético para el turismo, imaginen cómo se va a poner desde ahora… la nación entera rezuma entusiasmo por su deporte rey ante la inminente llegada de las estrellas mundiales del balompié, en la confianza de un triunfo de la “seleçao” carioca ante la Argentina de Messi, la Alemania de Özil y Lahm, la Holanda de Robben, la Italia de Pirlo o la selección española que comandan Casillas e Iniesta.
Empecemos por las playas. ¿Qué se puede decir de un país que besa al mar a lo largo de 8.500 kilómetros? Algunas de las mejores del planeta están en este inmenso espacio, desde las más conocidas (Copacabana e Ipanema en Río, sin ir más lejos) a la del Rosa en Santa Catarina, con las Bombas y Bombinhas, o la lujosa Costa do Sauipe, cerca de Bahía. El conjunto de Angra dos Reis, formado por 360 islas, cuenta con más de 2.000 playas. O Paraty, ideal para el buceo. Y Genibapu, conocida por los paseos en camello y buggy. Florianópolis concentra a los amantes del deporte al aire libre, desde el aéreo al surf, con la playa Dos Ingleses como enclave más conocido. Lo mismo ocurre con Cumbuco o Jericoacoará, centros neurálgicos del kitesurf nacional, localizados cerca de Fortaleza.
Las referencias en otros planos son inagotables. Belo Horizonte, la ciudad jardín, no está en el podio de atractivos turísticos más populares, pero es especialmente apreciada por los brasileños por su magnífica diversidad ecológica, a lo cual une su variada oferta cultural. En cuanto a las compras, hay pocos lugares con tanta variedad de oferta como la Avenida Paulista de la megalópolis Sao Paulo: sus clubes han desarrollado además la mayor comunidad de música alternativa del país, con curiosas mezclas de tradición brasileña y nuevas tecnologías. El Museo de Arte Moderno, un llamativo edificio rojo, es el emblema de esta arteria, con alicientes como la Casa de las Rosas o el Parque Trianon.
La diversidad turística de Brasil va en consonancia con la naturaleza de sus regiones, desde la paisajística hasta la derivada del ejercicio socioeconómico de sus habitantes. En Porto Alegre, por ejemplo, hay tantos incondicionales del parque Moinhos de Vento como de la icónica Calçaca da Fama. El Museo de Arte de Rio Grande do Sul, el Mercado Público Central, el Monumento a los Açorianos o la Casa de la Cultura Mário Quintana son otras visitas altamente recomendables en la zona.
La magia de Salvador de Bahía
Salvador tiene la distinción de ser la primera capital de Brasil, cabecera de la Corona portuguesa en América desde los inicios de la conquista hasta 1763. Su imagen paradigmática son las casas del “Casco Antiguo”, declarado por la UNESCO como Patrimonio Histórico de la Humanidad. Ahí hay que visitar la famosa plaza Municipal, el Largo de São Francisco, el Pelourinho y el Largo de Santo Antônio Além do Carmo, y dejarse llevar con la música del pope local, Carlinhos Brown. En la caminata se hallan por doquier casonas, edificios, plazas e iglesias de los siglos XVI, XVII y XVIII.
El carnaval es un fenómeno común a todo el país, pero evidentemente el más famoso es el de Río, con los desfiles de las escolas de samba y el desmadre en las calles, que atrae y asusta a los turistas a partes iguales. Coincide con el final del verano austral, y se trata de un espectáculo difícil de encuadrar en ninguna sensación similar: no hay comparación posible con cualquier otra fiesta masiva en el mundo.
El caso del archipiélago San Fernando Noronha es muy especial. Se trata del paraíso en la tierra: no en vano es igualmente Patrimonio de la Humanidad, en este caso natural. Aguas transparentes, idóneas para el buceo, arrecifes de coral, increíble biodiversidad marina… además, en el lecho de sus aguas hay muchos restos de embarcaciones encalladas, todo un imán para los aventureros y curiosos.
San Luis de Maranhao es otro de los tesoros desconocidos de Brasil. Su impresionante conjunto colonial tiene el problema de la mala conservación, pero así y todo sigue siendo una visita increíble: el casco histórico atesora 3.500 edificaciones antiguas de estilo luso. En cuanto a Belem, otra bellísima ciudad, localizada en la Bahía de Guajará y muy próxima al nacimiento del Amazonas, se trata de una formidable puerta de acceso a la selva amazónica.
Como ocurre con las mejores bibliotecas y fonotecas, asomarse a los atractivos de Brasil es mareante, casi frustrante, por la amplitud de la oferta y la escasa posibilidad de abarcarla toda. Toca elegir… y tratar de repetir viaje con nuevos destinos.