He observado detenidamente los pormenores y el desenvolvimiento de las reuniones celebradas por las autoridades que dirigen las diferentes instituciones empeñadas en regular el caos del tránsito y la seguridad ciudadana del Gran Santo Domingo.
He recopilado casi toda la legislación vigente y en verdad, después de haber pasado muchas páginas a la derecha, llego a la conclusión de que aquí solo falta la voluntad política y la decisión en primer orden de aplicarlas con CERO TOLERANCIA. Lo más probable es que después de ese primer paso “revolucionario”, todo quedaría tan bien organizado que quizás no habría necesidad de hacerles modificaciones a las leyes vigentes.
Si partimos del principio de que nuestra patria es la extensión territorial gobernada por las mismas leyes y que en la obediencia a nuestra legislación actual se encuentran refundidos casi todos los deberes sociales y todas las prescripciones de la moral, llama a la reflexión conocer cuál es el inconveniente para que en su país, los dominicanos no practiquen la obediencia a las leyes vigentes. Yo pienso que es la falta de sanción al delito.
Como no soy experta en tránsito vial ni en seguridad ciudadana y la cosa más fácil es equivocarse, me permito remitir a los lectores un experimento de sicología social (Teoría de las ventanas rotas) realizado por el profesor Phillip Zimbardo en 1969 en la Universidad de Stanford, y en la que se basó, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, para impulsar una política de “tolerancia cero” durante su mandato.
Su estrategia perseguía la creación de comunidades limpias y ordenadas y no permitir transgresiones a la ley ni a las normas de convivencia urbana. Los resultados prácticos fueron un enorme abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.
Explicaré eso de la Teoría de las ventanas rotas. El profesor Zimbardo dejó dos autos idénticos en la calle, que parecieran abandonados. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York, y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Resultó que el auto abandonado en el Bronx fue objeto del vandalismo en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio… Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio, el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.
Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí. Cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto. Se desató entonces el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.
¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo? Es algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite la idea de deterioro, desinterés, despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que todo vale. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible y desemboca en una violencia irracional.
Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, allí se genera el delito. Si se cometen “faltas graves” (estacionarse en un lugar prohibido, como en la salida de una ambulancia o un camión de bomberos, excederse en el límite de velocidad, pasarse una luz roja, movilizarse sin identificación ni placas, ruido ensordecedor, subir los motoristas por los elevados, etc., etc., etc.,) y no son sancionadas, le siguen faltas mayores y delitos cada vez más graves. Si los parques deteriorados y otros espacios públicos son abandonados porque infunden temor a los munícipes, esos espacios, progresivamente, van a ser ocupados por los delincuentes.
La Teoría de las ventanas rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los 80 en el metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: grafitis, suciedad de las estaciones, ebriedad, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes. Comenzando por lo pequeño se logró hacer del metro un lugar seguro.
Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en esa teoría y en la experiencia del metro, impulsó una política de “tolerancia cero”. La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana. El resultado práctico fue un enorme abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.
La expresión “tolerancia cero” suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien la prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad. No se trata de linchar al delincuente, ni de la prepotencia de la policía, de hecho, respecto de los abusos de autoridad debe también aplicarse la “tolerancia cero”. Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana.
Repito, no es tolerancia cero frente a la persona que comete el delito, sino tolerancia cero frente al delito mismo. Todos los que visitamos la ciudad de los rascacielos, conocemos los resultados. Por ello, con todo respeto, invito a las autoridades que dirigen las diferentes instituciones empeñadas en regular el caos del tránsito y la seguridad ciudadana del Gran Santo Domingo a releer, para lo que pueda ser útil, la TEORÍA DE LAS VENTANAS ROTAS.