Y fue en una mañana de 1982, en mi residencia de Boca Chica, cuando me llega por sorpresa un cubano que había migrado a Estados Unidos tras la caída de Fulgencio Batista. Un «guajiro», como cariñosamente le dejé ese apodo de por vida, ofreciendo sus servicios de impresión en la ciudad de Miami.


Gerónimo (Jerry) Álvarez se presentó con soluciones de sueños, con una utopía de que nuestros costos de impresión de BOHÍO en la Florida se verían reducidos y que la calidad de la impresión sería superior. Imagínense ustedes, entre un castellano cubano sumado a un inglés perfeccionado por sus arduas y polifacéticas funciones realizadas en el «sueño americano», nos convenció a don Luis (e. p. d.) y a mí a cruzar el charco con separaciones de colores para hacer la preprensa y luego imprimir en código telefónico 305.


Nunca imaginé que lo que realmente empezábamos a imprimir era el principio de la mejor amistad, la que consumamos con él y su esposa Cary.
Tres años después nacía La Cotica, Guía Nacional de Turismo de República Dominicana, y cuando Jerry me presentó el secreto mejor guardado en la industria de impresión para cambios de planchas por idiomas, solo atiné a decir que Gutenberg había reencarnado en él.


¡Cuántas vivencias junto a ellos en un tramo de 30 años! Sería imposible plasmarlas todas aquí. Desde cruzar juntos de sur a norte el extenso Estados Unidos hasta llegar a Canadá, manejando su vehículo, para deleitarnos con el cambio de estación de los puntos cardinales. Fue de los amigos verdaderos, de los que su familia se convirtió en la mía y viceversa.
Cómo olvidar tu cariño y respeto hacia don Luis, tu amor para mis hijos Roxanna y Charlie y por último, entrenar, como lo hiciste conmigo, a mi nieto Reynaldo.


Hoy y siempre derramaremos lágrimas por tu partida, pero las lágrimas siempre serán por la alegría inigualable que inyectabas a todos nosotros y a los que te conocieron. Amigo de tantas personas, que al día de hoy reconocen y agradecen tu ayuda constante de forma altruista.


Recuerdo que nunca más volviste a Cuba, ni siquiera de visita, pero te la llevaste contigo, pues nunca abandonaste tus raíces, llevabas a tu isla en el corazón.


Hoy, a pesar de dos meses de tu partida, no podía escribir mi editorial sin que cada palabra llevara tu recuerdo, querido Guajiro. Y conociéndote, de seguro montaste una Galileo desde que llegaste al cielo, para ayudar a imprimir las bendiciones de nuestro Señor.


¡Descansa en paz, gran amigo!