Lo vemos con tanta frecuencia en cualquier esquina de la ciudad, que ya es parte inseparable del paisaje urbano de la capital dominicana. Se ha convertido en una estampa callejera y el turista lo sabe; por eso no vacila en plasmarlo en fotografías y probar la refrescante agua de coco, bendición del trópico.
Muchos coqueros provienen de Haití y encuentran en esta actividad el sustento de sus familias. Blandir el machete con total destreza es, a simple vista, un arte que este personaje maneja a la perfección. Más allá de la pincelada autóctona que representa, es una necesidad acudir a él, sobre todo cuando el sol hace más de las suyas. Quienes visitan clínicas, hospitales, centros deportivos, gimnasios, oficinas públicas o laboran en bancos y construcciones, agradecen su presencia.
Cultura y salud se funden en el protagonista de este oficio. El agua de coco es uno de los nutrientes más puros y alimenticios que nos ha legado la madre naturaleza. No en vano los habitantes del trópico llevan siglos disfrutando de semejante elíxir para refrescarse y rehidratarse.
El agua contiene una gran cantidad de sales minerales como potasio, cobre, zinc, hierro, ácido fólico y fósforo; es rica en vitamina E y vitaminas del grupo B; rico en fibra, lo que estimula el buen desempeño intestinal; y debido a su gran contenido de azúcares naturales, promueve la producción de semen, da energía y mejora el desempeño intelectual y físico, por solo mencionar algunas de sus muchas propiedades.
Y aunque no sepamos por dónde le entra el agua al coco, sí sabemos que el fruto llega en triciclo a una esquina muy próxima a donde te encuentres, para mejorar tu calidad de vida y aliviar tu sed y tu calor de eterno verano.