Los japoneses, tan sabios y pacientes, tienen mucho que enseñarnos. Por ejemplo, cuando se rompe un jarrón en Japón, lejos de desecharlo, lo reparan con un adhesivo fuerte y resina espolvoreada con oro. El resultado es una pieza que adquiere mayor valor que la original, al exhibir una cicatriz que crea la sensación de una nueva vitalidad.
Este tema me llamó la atención cuando vi el video viral de Sean Buranahiran, un tailandés que ha revolucionado las redes sociales en su país, lo que en la actualidad se llama un “influencer”. En poco más de dos minutos él resume esa filosofía denominada kintsugi, que en japonés se traduciría como reparación en oro. No se trata de ocultar las grietas y los defectos; al contrario, esas imperfecciones se acentúan y se celebran.
El nivel de complejidad estética que el kintsugi aporta a las piezas reparadas hace que las vasijas pegadas sean aún más valoradas que las que nunca se han roto. Es precisamente la fragilidad de esos objetos y su capacidad de recuperarse lo que los hace hermosos.
Algo similar sucede con los seres humanos. Es cierto que ninguna vida es perfecta, nadie puede decir que no ha pasado por momentos duros; esos nunca faltarán a lo largo de nuestra existencia. Cuando algo se nos resquebraja, es necesario hacer acopio de paciencia, tener la dedicación de un restaurador y la determinación de sanar la herida, ya sea a través de la sinceridad o del perdón. De esta forma creamos un sentimiento puro de amor en acción.
A veces las situaciones son tan difíciles y escabrosas, que no nos sentimos capaces de superarlas. En nuestras manos está pintar la batalla con oro y darles brillo a los momentos espinosos. Podemos estar rotos pero no imposibilitados de levantarnos y aprender de lo acontecido. La capacidad de resurgir es tan humana como el derecho a equivocarnos, a flaquear, a tropezar.
La adversidad puede convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. No hay necesidad de esconder las cicatrices, las podemos llevar con orgullo, como los jarrones de cerámica y porcelana. Hemingway lo resumió de una manera muy precisa, que no necesita más explicación: “El mundo nos rompe a todos, y luego algunos se hacen más fuertes en las partes rotas”.
¡Bendiciones, estimados amigos!