Cuando hablamos de playas hermosas en República Dominicana, la primera referencia que viene a casi todas las cabezas es la increíble Bahía de las Águilas, allá en Pedernales, con su arena clara y parajes vírgenes de la zarpa humana. Muchos reclaman los derechos de playa más bella para Rincón de Samaná, con su arena de tonos caramelo y un entorno mágico. Ambas, curiosamente, atesoran la condición de lugares recónditos, de acceso complejo (ahora menos que hace dos décadas, eso sí) y libres de las huellas más palpables de la explotación turística común.

Además de la propia belleza de cada lugar, el color de los cristalitos de roca micronizada que marca la linde entre el poderoso mar y el terreno que los humanos podemos pisar sin hundirnos –ojo a las excepciones claro–, es un elemento muy interesante a la hora de analizar cada espacio playero. Los sedimentos, las condiciones de área, la naturaleza del agua, el clima y otros muchos factores hacen que la paleta cromática sea muy amplia.

En Kokkini Ammos (Santorini, Grecia) la primera línea de arena es roja, procedente de lava volcánica, mientras que en Papakōlea Beach (Hawái) o Punta Cormorán en la isla Floreana (Galápagos, Ecuador) el color es verde debido a la presencia en el fondo del mineral conocido como olivina. Ramla Bay (isla de Gozo, Malta) aumenta la apuesta con arena naranja, cercana al tono Oompa-Lompa de Willy Wonka; además, tiene a un lado la famosa cueva Calypso, nombrada en La Odisea de Homero. El color sale de la mezcla de roca volcánica con un limo anaranjado propio de la zona. De un naranja aún más intenso es Kappad Beach, en Kerala (India).

Hay más. Horseshoe Bay, en Southampton (Bermuda) tiene arena rosada, debido a la presencia de un organismo marino bajo el coral que suelta su concha rosa al morir; mezclada con la arena blanca produce ese efecto a los ojos. También ocurre eso en otra locación no muy lejos de allí: Harbour Island, en las Bahamas. En Pfeiffer Beach (Big Sur, California) el color resultante de los depósitos de cuarzo y manganeso en las colinas cercanas, que la lluvia va depositando en la playa, es púrpura: probablemente sería uno de los escondrijos favoritos del desaparecido Prince, cuyo amor por esta tonalidad es harto conocido entre los melómanos. Lo que sí se sabe es la devoción de los surfistas por el lugar.

En la zona de Ocean Cape, en Alaska, la virulencia de las olas que golpean las rocas negras ha dado como resultado muchos kilómetros de arenas plateadas y brillantes. Hasta que los robots acaben definitivamente con la especie humana y hagan de esta playa metálica su capital, podemos disfrutar del espectáculo con delectación. Lo mismo ocurre con el chocolate intenso de  en Pacifica (California; no confundir con la playa neoyorquina invocada por los Ramones) que acaba constituyendo una tentación: no se come (repitan conmigo), no se come…

Las playas de arena Negra (Muriwai, en Nueva Zenalda; Vik, en Islandia; Punalu en Hawái, con su gran colonia de tortugas gigantes) son claramente de origen volcánico. La palma se la lleva Rainbow Beach en la isla Fraser (Queensland, Australia); como habrán adivinado por su nombre, esta playa parece no haberse decidido por un solo color y, por lo tanto, se convierte en una metáfora de la diversidad. Si se atiende a una escala Pantone regular, con sus variaciones reconocidas desde colores puros, en Rainbow Beach hay 72 tonalidades diferentes. Los arrecifes multicolores que la flanquean tienen la culpa.

En definitiva, si lo suyo es identificar colores a la orilla del mar, las posibilidades que ofrece el planeta son amplias. Buena caza a todos los espíritus aventureros…