Cualquier cartografía cultural de la República Dominicana estaría incompleta si desconoce el papel del turismo en la transformación de los roles de género. La mujer, recluida por la tradición/dominación al ámbito doméstico y cuya principal labor eran las tareas reproductivas, encontró en el turismo una vía de “liberación”. Asumió, pese a los estigmas patriarcales, liderazgos intrafamiliares y sociales que cambiaron la fisonomía del país. Una apertura material y simbólica que se tradujo en un modo alternativo de pensarnos a nosotras mismas.
El turismo concedió mayores niveles de autonomía a las mujeres cuyo destino, hasta entonces, se limitaba al cuidado de adultos o menores y a las exigencias del campo en las provincias agrícolas. Sus vidas tuvieron una dimensión de ejemplo para sus hijas o allegados: alumbraron los espacios en que convergen palabras como independencia, trabajo y formación. Historias mínimas con repercusiones sísmicas para el entramado de las relaciones afectivas y laborales.
Cabe decir que gracias a las inversiones hoteleras existió la obligación imperiosa de mejorar la capacitación de la población. Además, tocaba adaptarse con rapidez a las demandas nacidas de la necesidad económica y, por tanto, hubo que vertebrar con nuevas infraestructuras la geografía nacional, desarrollar la industria auxiliar y favorecer el emprendimiento. En definitiva, se generaron miles de empleos directos e indirectos en los que las mujeres exigieron su presencia y demostraron su valía (recordemos que en la República Dominicana los puestos de trabajo directos en el sector turístico alcanzaron en 2018 una cifra superior a las 350.000 personas de las cuales un 54 % son mujeres).
Uno de los principales logros fue reivindicar espacios de poder tanto en la gestión pública como en el mundo empresarial privado. Apuesta decidida por la visibilidad que impulsó una valoración equitativa de las contribuciones de hombres y mujeres. Dicha lectura propició franquear barreras en lo relativo a la justicia de género.
El Ministerio de Turismo (MITUR) incorporó a su tejido institucional infinidad de mujeres que representaron el tenor de los cambios que trajo consigo la feminización del trabajo. Nosotras/ellas son decisivas, por ejemplo, a la hora de definir políticas de promoción o mercadeo en el interior de la República Dominicana y en las oficinas situadas en el exterior. También la Asociación Nacional de Hoteles y Turismo (ASONAHORES), Aerodom (Aeropuertos Dominicanos Siglo XXI), los clústeres turísticos y los principales grupos empresariales tienen en sus organigramas a mujeres presidentas, vicepresidentas o directoras.
Hoy contamos con un Ministerio de la Mujer que da coherencia a las políticas gubernamentales a favor de la equidad y direcciones ministeriales cuya ocupación principal es transformar los espacios de trabajo desde una perspectiva de género. Recopilar lo conseguido imprime un cierto orgullo y aunque queda mucho por hacer, impulsa las interpretaciones optimistas sobre las derramas –imprevistas– del turismo.
La “locomotora del progreso” estimuló reformas en la burocracia, modificó los planteamientos conservadores de las empresas y redefinió la intimidad traslúcida de las familias (pensemos en el impacto de toda índole que supone recibir a más de 7,6 millones de visitantes y vacacionistas en un país cuya población total es inferior a 11 millones). Todo lo descrito se produjo con tal velocidad que condicionó la capacidad de percatarnos que a la alteración de la estructura económica y del orden social los acompañó una reconsideración de nuestra propia subjetividad. “Vivimos tiempos extraños y pasan cosas extrañas”, diría Rosi Braidotti.
Las sociedades avanzadas seguro califican de superficial pensar la justicia de género de forma tan restringida, pero estos solo fueron los primeros pasos. A partir de ahí comenzó a dibujarse otra mirada más compleja donde la homogeneidad no era criterio suficiente. No se trataba de regocijarnos por ocupar lugares antaño vedados, sino de reflexionar qué significaba agrietar los estándares de lo masculino y lo femenino, e incluso repensar cuestiones tan ligadas al feminismo como lo racial o lo poscolonial en mitad del mar Caribe.
Modernizar la nación iluminó –no sin contradicciones– encuadres insospechados de la sociedad dominicana. Sirvió para desechar viejas categorías con las que explicábamos la realidad y profundizó en conceptos frágiles que dieron continuidad a la lucha por la igualdad. Siguen existiendo techos de cristal y no todas las mujeres piensan igual la emancipación, pero al menos hubo un reemplazo en la capacidad de imaginar los límites de nuestra potencialidad.
Carolina Pérez
Experta en Comunicación, Relaciones Internacionales y Turismo | Directora OPT México