El accidente de la plataforma de British Petroleum en el Golfo de México es el mayor desastre ecológico en la historia de Estados Unidos

El 20 de abril, la plataforma Deepwater Horizon de la firma British Petroleum (BP), situada a unos 75 kilómetros (48 millas) de la costa estadounidense (equidistante de Nueva Orleans y Pensacola, en pleno golfo de México) explotó y se hundió en el mar. Murieron once trabajadores de la compañía. Desde ese luctuoso accidente han pasado más de tres meses. A la desgracia humana hay que sumar, desde entonces, la ecológica: se ha hecho imposible sellar de manera definitiva los depósitos de petróleo, que se han vertido en el océano a razón de 800.000 litros diarios.

El desastre del petrolero Exxon Valdez en 1989 fue minúsculo en relación con el caos de BP, el peor por mucho de la historia medioambiental de Estados Unidos. La indignación por el manejo de los acontecimientos, que el propio Barack Obama reflejó públicamente desde la Casa Blanca, creció al saberse que la alarma de incendios de la Deepwater Horizon llevaba varios meses desactivada antes de producirse el accidente.

El técnico jefe de los sistemas electrónicos, Mike Williams, dijo que el sistema que usa luces y alarmas para alertar de fuego o alta concentración de productos tóxicos estaba programado para no sonar. Al parecer, los responsables de la plataforma habían ordenado desactivar el sistema porque »no querían despertar a la gente a las tres de la madrugada con falsas alarmas». “De haber estado plenamente operativo, el sistema habría detectado el incremento en la acumulación de gas y habría alertado a los trabajadores de la necesidad de evacuar la plataforma antes de la primera de dos explosiones», aseguró Williams, quien alegó que el sistema estaba en un estado »calamitoso» cuando él empezó a trabajar para BP en 2009. “Me encontré una y otra vez con un sistema que funcionaba mal», dijo. Desde el accidente se han contaminado 900 kilómetros de costa estadounidense del golfo de México, incluidas playas turísticas en Florida.

Uno de los tantos estudios efectuados en la plataforma tras el desastre precisa que muchos de sus componentes esenciales no habían sido chequeados en diez años, aunque los procedimientos de rigor marcaban una cadencia de revisión de entre tres y cuatro años. Lo peor del asunto, además de la pérdida directa de vidas humanas y de la salvaje agresión al hábitat marino y costero de la zona, es el fracaso en las tareas de contención del vertido. Una campana metálica selló el agujero dos meses y medio después del accidente, pero las filtraciones continuaron traduciéndose en petróleo lanzado al mar. Por si fuera poco, el huracán Alex y la tormenta tropical Bonnie entorpecieron los trabajos de reparación.

El director ejecutivo de BP, Tony Hayward, ha tenido que aceptar un despido pactado con fecha 31 de agosto… y polémica añadida: su bono de compensación asciende a US$17,5 millones. La empresa se plantea reducirlo sensiblemente para evitar mayores escándalos, pero aún no está claro el desenlace del asunto, aunque sí el nombre del sustituto: Bob Durley, encargado de dirigir las operaciones de limpieza del vertido. Lo que sí es diáfano es el efecto del desastre en el valor bursátil de la empresa: cayó de 193.000 millones de dólares a 116.000, un 40%. Además, BP debe hacerse cargo de la financiación de los trabajos de limpieza, las indemnizaciones, multas y cargas fiscales subsiguientes, que al día de hoy se evalúan en 28.000 millones de dólares.

El daño al mar, eso sí, no se puede pagar de ningún modo. Ni siquiera metafóricamente. British Petroleum tendrá que soportar la marca de la ignominia y la vergüenza para siempre.