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Una de las virtudes de ser caribeños es poseer una personalidad desenfadada y emprendedora, buscar el nicho, ya sea por oportunidad o necesidad. Entre los variopintos personajes que nos encontramos en nuestras playas hay uno muy peculiar que no pasa desapercibido, el “cubetero”.

Se le llama así popularmente porque siempre anda por la orilla con una cubeta. Su oferta no podría ser más adecuada: frutos del mar. Langostas, pulpos, pescados, cangrejos, camarones, almejas, ostras o mejillones pueden convertirse en nuestra merienda o en la cena de esa misma noche, o quién sabe si en el almuerzo del día siguiente.

Otros traen en la cubeta latas y botellas de refresco y agua, y hasta cerveza, opciones para contrarrestar el calor, sobre todo en el eterno verano que nos regala nuestra privilegiada situación geográfica.

Sin duda, este personaje, que como todo dominicano tiene el arte de ir reduciendo los precios según vaya avanzando la negociación con el comensal, ha servido a millones de turistas a través de los años. Sin importar que haya escasez de limón, él lo consigue, y con su típica salsa roja, una versión de “pico de gallo” dominicanizado, está siempre presente en nuestras costas.