A propósito de las elecciones llega del baúl de los recuerdos el trauma de mi primera participación como ciudadana en unas elecciones “libres de un país democrático”. Tuve el privilegio de estudiar el bachillerato en el Instituto de Señoritas Salomé Ureña, y graduarme antes de que el libro de la teoría y la práctica educativa de Hostos fuera desterrado de las escuelas públicas primaria y secundaria.
Recuerdo algunos textos estudiados como tarea del Manual del ciudadano en los países libres, de la autoría de Domingo Octavio Bergés, que con ahínco y pasión nos explicaba la profesora en la clase de Instrucción Moral y Cívica. Por ejemplo, insistía: “La Democracia Representativa o indirecta se manifiesta en la idea de la representación de todos por medio de unos pocos, elegidos mediante elecciones libres. Es la forma ideal de organización del Estado en los pueblos civilizados”.
Las personas elegidas en los estados democráticos para desempeñar una función pública, están sujetas a la crítica pública, en la prensa independiente y en la tribuna pública y asumen la responsabilidad de desempeñar el cargo con capacidad y honestidad. Imagínese lector lo que significaba en esa época para un profesor preparar a sus alumnos para ejercer el sufragio, sin herir susceptibilidades.
Al fin llegó el día de aplicar los conocimientos aprendidos, mayo de 1952. A mí me correspondía votar en el Club de la Juventud, ubicado en la calle 19 de Marzo esquina Arzobispo Portes, y según las instrucciones debía entregar la cédula al presidente de la mesa, quien después de revisarla te daba la boleta con la efigie de los candidatos; pasabas a una caseta, marcabas con una X el de tu preferencia y la depositabas en la urna.
Pero resulta que esas fueron elecciones amañadas, ya que por circunstancias que no vienen al caso debatir ahora, Trujillo no se postuló para el período 1952-1957 y presentó a su hermano Negro Trujillo como candidato. Nosotras, ni tontas ni perezosas, decidimos entonces aprovechar esa oportunidad para hacer una protesta silente y depositar la boleta en blanco.
Pero no contamos con la astucia del presidente de la mesa, que tenía todas las boletas marcadas con la X sobre la cara de Héctor Trujillo Molina, porque solo participó el Partido Dominicano. “Cosas veredes, amigo, que non crederes”. Traté de reclamar mi derecho a recibir la boleta sin marcas, pero mi mamá me frenó con un pellizco en la espalda y por más de una semana estuvo untándome mantequilla con sal para borrar el moretón.
Frustrantes mis primeras elecciones. Voté para elegir al tercer presidente títere de Trujillo. Agradezco a Dios haberme permitido llegar hasta aquí para reestrenar en estas elecciones la seguridad que inspira votar en libertad. Deseo de todo corazón que gane el mío, que sinceramente creo es el mejor.
Bendiciones para todos.