Y así es. Después de repasar una que otra guía turística y ver los 21 capítulos de “Alan por el Mundo – Tailandia”, nada se acercó a la propia vivencia de recorrer el “país de la sonrisa”, como es conocida esta nación del Sudeste Asiático. Con un desafiante esfuerzo, les resumiré en una serie de publicaciones la travesía que junto a los #FriendstravelindRD emprendí en busca del país que dio vida real (trágicamente) y ficticia a la multipremiada película Lo imposible.

¿Cómo llegar?

Es vital consultar si para su nacionalidad se requiere visado. En el caso de los dominicanos, al día de hoy sí es necesario. Para el trámite acceda a la web www.thaiembassy.ca/en, correspondiente a la Embajada Real de Tailandia en Ottawa, juridicción para la región del Caribe y, de manera temporal para República Dominicana, mientras su sede reestablece el servicio. Además del visado, analice los que necesitará según la ruta aérea elegida, con sus respectivas conexiones. 

La mayoría del grupo de dominicanos que acudió al viaje optó por la ruta Santo Domingo–Nueva York–Doha–Bangkok. Otros eligieron Santo Domingo–Nueva Jersey–Zúrich–Bangkok. Sin embargo, en la búsqueda de itinerarios encontramos atractivas combinaciones con China, Japón, Turquía, España, Alemania, entre otras, que permiten adaptarse a las personas con limitaciones de visados.

Bangkok

La puerta de entrada internacional más visitada de Tailandia le recibe con una ciudad abrumadora en la que la modernidad y el estilo clásico disputan su primacía. En un país donde el 96 % de sus habitantes es budista no debe sorprendernos que existan más de 4.000 templos muy representativos de sus creencias y estilo de vida. 

En Bangkok se encuentra el más importante de ellos, el Wat Phra Kaew (Templo del Gran Buda Esmeralda), que exhibe una figura de Buda de metro y medio de alto tallada en una sola pieza en jade; su nombre se debe a que cuando fue encontrada confundieron esta piedra con la esmeralda. Durante la visita a este sitio es posible conocer también el Gran Palacio de Bangkok, donde se halla ubicado. 

Otros templos de visita obligada son el Wat Pho (templo de Buda Reclinado), obra de 46 metros de largo revestida en oro que emula la perfección; Wat Traimit (alberga el Buda de 3 metros de oro macizo) y el Wat Arun (Templo del Amanecer), que adorna las noches del río Chao Phraya con su silueta dorada iluminada. 

Aproveche la noche para recorrer Khao San Road (calle de los mochileros). Es una expresión de la exorbitante vida nocturna de Tailandia: bares, clubes, mercados, puestos callejeros de comida y su primera oportunidad en Tailandia de probar manjares exóticos como escorpiones, cucarachas e insectos diversos. Si no logra la hazaña, no se preocupe, los vendedores por unos pocos bahts, la moneda oficial tailandesa (1 US = 30,68 bahts), le permiten fotografiarlos e inmortalizar su intento de hacerlo. 

Aires de modernidad

Para adentrarnos en la parte moderna, abordamos el Sky Train (metro aéreo de la ciudad) hasta dos de sus centros comerciales referentes: MBK (para compras de bajo presupuesto) y los Siam, más ordenados y con marcas exclusivas e internacionales. Otros que recomendamos son el CentralWorld, un subdestino dentro de Bangkok por su gran tamaño (debilidad para los aficionados tecnológicos); Terminal 21, muy llamativo por su originalidad: sus nueve niveles son alusivos a ciudades del mundo como París, Tokio, Roma y así sucesivamente. Fue una gran sorpresa descubrir el Caribe en el nivel subterráneo. A la salida de la plaza, como ya se habrá refrescado bastante, es tiempo de trasladarse en tuk-tuk (transporte tradicional tailandés) hacia su próxima parada. 

El arte del regateo

Regatear es cultural en Tailandia y aún desconfíe de sus habilidades en este arte, no le quedará de otra que perfeccionarlas. Sus extensos mercados nocturnos son excelentes para practicar “el lenguaje de la calculadora”, como lo denominó una de mis compañeras, que no es más que ir reduciendo el precio del artículo a comprar en esta máquina que portan los vendedores en los quioscos hasta alcanzar uno conveniente para ambas partes. 

Esta dinámica resulta ser divertida siempre y cuando no llegue a un nuevo y compruebe que podía adquirir el mismo bien aún más barato. El mercado nocturno de Patpong es uno de los más visitados y aunque puede encontrar toda clase de objetos, uno de los más recomendados son los pantalones tailandeses (para desconcierto nuestro, no vimos ni a un tailandés vistiéndolo, solo a turistas).

Es normal cuando esté recorriendo este mercado se le acerquen “promotores” para invitarlo a participar de algunos de los shows nocturnos más populares de Bangkok: Cabaret Calyso, en escena más de 100 kathoey o ladyboys (mujeres que nacieron como hombres); Siam Niramit, auténtica representación de la herencia tailandesa; luchas en el estadio de boxeo Muay Thai y otros espectáculos algo denigrantes ante ojos conservadores, como los Ping Pong shows, en los que mujeres y hombres realizan destrezas un tanto voyeristas.

Sabores que trascienden

La gastronomía de Bangkok es una de las más valorada del mundo y el visitante tiene infinitas formas de degustarla: desde uno de los rooftops que ofrecen las famosas sky dinning como el fabuloso Sky-Bar lebua de State Tower y los aclamados restaurantes Thai con espectáculos en vivo, hasta los pequeños puestos callejeros ubicados a lo largo de toda la demarcación y los mercados nocturnos. 

Pero hay un puesto en particular que se ha convertido en foco de atención, el de la legendaria chef Jay Fai de 70 años. Además de su singular forma de cocinar (con gafas de esquiar y en estufas de carbón), es parte de la serie de Netflix Street Food y ha sido distinguida con una estrella Michelin. La simpleza de este restaurante contrasta con la creencia de que en la elegancia y decoración está la alta cocina. 

Pudiéramos hacer un aparte sobre la gastronomía tailandesa, pero al final es mi humilde recomendación que coma de todo. Estoy por afirmar que lo del reconocimiento de Tailandia como el país de la sonrisa viene de algún viajero que sonrió al probar el Pad Thai.

Esta historia continuará…

Cristina Rosario
Directora calidad revista Bohio