Por Alex Yaryura

Uno de los viajes más memorables de mi vida lo realicé cuando mi padre quiso esperar, junto a toda su familia, la llegada del nuevo milenio en el «centro del mundo» (The Crossroads of the World), como el solía llamar a Times Square, esa ultrafamosa zona de Manhattan. Pensándolo bien, ¿qué mejor lugar para experimentar el arribo del año 2000 y toda la locura alrededor de esa monumental fecha?    

Al acercarse esos últimos meses del siglo XX, presenciábamos la paranoia llamada Y2K; para los lectores más jóvenes, eso significaba Year 2000, y hacía referencia a la hipótesis de un posible colapso tecnológico. Cuando los relojes internos de las máquinas arribaran a 11:59:59, se vaticinó que en teoría ocurriría un «crash» de todo lo que tenía un componente de computación, o sea, todo. 

Como sabemos, eso no sucedió, pero la preocupación era real: gobiernos y grandes corporaciones tomaron todas las medidas preventivas. Por el otro lado, esa vuelta única al calendario traía consigo la promesa de un nuevo comienzo para la humanidad: ¡el año 2000!, una realización universal de que se había llegado al «futuro» que nos habían anunciado las películas y la literatura. Por consiguiente, todo a nuestro alrededor empezaba a reflejarlo; por ejemplo, de buenas a primeras el color plateado metalizado dominaba la estética de las mercaderías.

En la moda de ropa y decoración hogareña ese color, combinado con tonalidades de azul brillante, recuerdo, dominó la navidad de 1999. Y en el mismo orden, el uso de papel holográfico en los empaques comerciales estaba omnipresente, así como las imágenes lenticulares en artículos del día a día para anunciar un rompimiento con el statu quo del diseño industrial. 

No es fortuito que desde el auge de la ciencia ficción, a finales del siglo XIX, se profetizaba con el muy lejano año 2000 y se marcaba como un venidero momento singular en el futuro de la humanidad, con carros voladores, androides conviviendo entre nosotros, vestimenta uniforme y la comida instantánea. Esas son solo algunas de las ideas plasmadas en la imaginación de los escritores, pero cuando llegamos a ese momento, nos dimos cuenta de que muchas de esas fantasías no se hicieron realidad; la humanidad se quedó corta con semejante mundo soñado.

Eso no detuvo el entusiasmo de conmemorar el hito en el mundo del marketing, las marcas celebraron el 2000 con versiones exclusivas que cambiaban su identidad visual para estar más acorde con «el futuro» de Julio Verne, Isaac Asimov, Robert Heinlein y Arthur C. Clarke. George Jetson hubiera estado satisfecho con cualquiera de esos productos. 

Porsche 911, Monopolio, Johnnie Walker, Evian, Sea-Doo, Courvoisier y Barbie son algunas de las tantas marcas que introdujeron la versión «Millennium» a su portafolio. Además, un sinnúmero de películas y productos incluyeron el número 2000 en su título o nombre; en mi caso, Fantasía 2000, de Walt Disney Pictures, guarda un lugar especial. 

Décadas antes hubo casos similares: el periodo post Segunda Guerra Mundial, cuando todo parecía ser «atómico» inspirado en ese «motif»; también una década después estuvo la fiebre del «Jet Age», con la introducción del jet en la aviación comercial, muchas campañas comunicacionales se afincaban en esto para ser parte del «Zeitgeist». 

En conclusión, es extremadamente importante para las marcas líderes de opinión estar a la vanguardia, ser «hip and cool» y en 1999 nada acaparaba la atención del conglomerado como la conmoción de por fin haber llegado «al futuro del año 2000». 

Identidades establecidas como Volkswagen, Pepsi-Cola, Chevrolet, John Deere, SAP, Microsoft, Reebok, Doritos, y prácticamente todos los restaurantes de comida rápida (Pizza Hut, Burger King, Taco Bell, Kentucky Fried Chicken), cambiaron su logotipo a una versión futurizada. 

Hasta la ultratradicional Coca-Cola, que con tanto celos guarda su fórmula como su imagen, introdujo a inicios del nuevo milenio su campaña «Keeping It Real», una versión optimizada de su logo, con la inclusión de una dinámica banda inferior de colores, metálico y amarillo, acompañada de burbujas tridimensionales. 

En el ámbito deportivo

El mundo de los deportes no fue inmune; en el béisbol la «fiebre del milenio» alcanzó una cúspide única con la puesta en marcha de la promoción «Turn Ahead the Clock», con la que los equipos mostrarían los uniformes que usarían en el futuro, más específico en el lejano ¡2021! 

De los treinta equipos, solo ocho rechazaron la oportunidad de reimaginar cómo se verían sus franquicias en el futuro lejano y, claro, los aburridos Yankees fueron uno de estos. El otro equipo de la ciudad de Nueva York, los Mets, sí adoptaron el concepto a toda capacidad, al utilizar lingo del póker; los Mets se fueron «all in» con esta promoción, al cambiar momentáneamente hasta su localidad, se reubicaron de Nueva York al planeta Mercurio, repito, ¡pasaron de ser los New York Mets a los Mercury Mets!

Las franquicias de la NBA, por igual, hicieron una actualización efímera de su logotipo, los 76ers, Pistons, Nets, Mavericks y Washington Bullets cambiaron de manera drástica lo que en muchos de los casos fueron emblemas que se remontaban a su creación. El equipo de la capital estadounidense cambió hasta su nombre; a partir de ese momento asumieron uno más «políticamente correcto», Washington Wizards.  

Con el pasar de los años todo retrocedió a su lugar, las marcas volvieron a sus íconos tradicionales y conocidos para reforzar el heritage perdido por un tiempo. Aun así, en las crónicas del marketing quedará ese especial momento del cambio de siglo, cuando las marcas sufrieron una chifladura colectiva.